El día que conocí a Ramón Lobo
Mogadiscio, Varsovia y León. Tres ciudades separadas por 2.274 kilómetros pero unidas por dos personas. Mejor dicho, por dos periodistas. Historias. Muchas historias. Guerras. Muchas guerras. Eso sí, el olor a pólvora, miedo y muerte que podía esperar fue envuelto por un aroma intenso de media docena de expresos. Quizás sea una de las secuelas que se trajo en la mochila tras ser testigo durante décadas de lo peor y lo mejor de lo que somos capaces los seres humanos. Ese chute de cafeína quizás es un truco para estar siempre alerta o quizás para no querer encontrarse con Morfeo y se abra el telón de los horrores, irrumpiendo en el escenario aquel niño de pocos días que tuvo en sus brazos en Sierra Leona junto a Gervasio Sánchez y que se murió por mera burocracia o esa joven que fue ejecutada de un tiro en la cabeza por el simple hecho de haberse puesto nerviosa ante un miliciano, que entendió esa reacción como una declaración de culpabilidad. No me atreví a preguntárselo, pero tras compartir, perdón, disfrutar de su compañía durante un día completo me decanto más por la primera opción.
Leer más