El trastero de la Navidad
Todos los años me ocurre lo mismo. Primero es la llegada de esos meses en los que pasamos a ver el mundo con unos ojos aquejados de cataratas debido a la neblina que nos rodea y que se convierte en una fina tela que cubre edificios, árboles, vehículos e incluso personas. Luego los estímulos visuales se acentúan con la llegada de los olfativos. Es inconfundible ese olor a calefacción engullendo carbón y madera para dar un calor reconfortante a los moradores de esas casas que todavía se resisten a dar paso a la modernidad del gasoil o del gas ciudad. Esas chimeneas escupiendo humo desde lo alto del tejado parecen locomotoras gigantes a vapor detenidas en la estación, a la espera de un fuerte silbido que anuncie el inicio de su marcha.
Leer más