10/09/2019

Sobre críticas y halagos

Por Pedro Lechuga Mallo

Siempre se ha dicho que ‘en mi querida España, esta España mía, esta España nuestra’ la envidia es el deporte nacional, aunque algunos apuntan que quizás la crítica, entendida en su versión más rastrera e iracunda, puede codearse con la envidia en el cajón más alto del podio de las miserias que caracterizan a este pedazo de tierra, al que la cantautora Cecilia le dedicó una canción hace más de cuarenta años. No obstante, los que defienden una u otra teoría son conscientes de que ambas, envidia y crítica, se retroalimentan entre ellas y en muchas ocasiones se entrelazan de tal manera que es difícil saber cuál de ellas parió a la otra.

Me van a permitir que tras un mes en el que han descansando de mí, aunque no existiera prescripción médica que así lo recomendara, la actriz principal de mi primera actuación postveraniega sea la crítica en todas sus vertientes. En honor a la verdad, si es que ésta existe realmente, hay que reconocer que ciertas críticas han servido y servirán para mejorar nuestra sociedad y convertirnos en lo que hoy somos. Una crítica constructiva a tiempo es lo mejor que le puede ocurrir al receptor de ésta, aunque el problema es que no todas las personas están capacitadas y tienen el poso moral y ético para emitir una crítica que tenga como objetivo ayudar a remodelar una actitud o idea para que ésta sea más beneficiosa para quien la escucha. Pero la protagonista de hoy pretendo que sea la hermana bastarda de ésta. Aquella crítica que sólo busca la destrucción masiva del otro, manipulando los hechos y construyendo mentiras para justificar esa reacción barriobajera, mezquina y pestilente, provocada en no pocas ocasiones precisamente por una dosis de envidia que supera los límites razonables.

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