No ceso de preguntarme por dónde se canalizaba antes de la aparición de las redes sociales el odio que está inoculado en gran parte de la sociedad. Una posible explicación sería que antes las personas no teníamos tanta inquina recorriendo nuestras venas. Si esto fuera así, la duda que entonces nos surgiría es qué ha provocado esta sobredosis de odio. Para los que defienden que no ha habido variaciones en el grado de rabia entre la población, entonces solo encuentro dos lugares donde la gente expresaba otrora su bajeza moral con los ojos inyectados de sangre: los eventos deportivos y conduciendo.
Como no podía ser de otra manera, y más teniendo en cuenta mi profesión de periodista, soy un firme defensor de la libertad de expresión. Pero eso no quita que, de vez en cuando y ante ciertas situaciones, me asalten algunas dudas al respecto. Todos tenemos derecho a opinar sobre lo que consideremos, pero, ojo, no todas las opiniones son igual de respetables.
Conste en acta que no soy nada amigo de los influencers y personajes de diferentes ámbitos que utilizan las redes sociales para compartir sus vidas y más allá, pero eso es problema suyo. Si no te gusta lo que hacen o dicen, con no seguirles y dedicar tu tiempo a otra cosa ya lo tienes solucionado. Pero no, hay gente a la que le queda demasiado grande la libertad de expresión y la utiliza para insultar y faltar al respeto a los demás. Es más, estoy seguro de que muchos usuarios consumen contenido que detestan solo para criticarlo.
Hace unos días me enseñaban un vídeo de un instagramer asturiano, en el que compartía su tristeza por la campaña de insultos que recibía por redes sociales. Me es indiferente que el objetivo de la ira del populacho digital sea este joven del otro lado del Pajares, Morata tras fallar un penalti o la cantante Lola Índigo tras afirmar que no quería ser madre porque prefería ser libre toda su vida. Pero, ¿qué se creen las personas que, al otro lado del móvil, dan rienda suelta a su odio y se ceban sin piedad con alguien porque no piensan como ellos o no les gusta algo de lo que han dicho o hecho?
¿Qué hacemos, como sociedad civilizada, con esos indeseables que, detrás de una pantalla, pierden la educación más elemental y sus filtros empáticos? ¿El cierto anonimato que otorgan las redes da rienda suelta a ser y comportarnos como realmente somos, o es que estas fomentan, inconscientemente, respuestas impulsivas y viscerales? No sé dónde está el origen real de este tipo de conducta reprochable, pero quizás sea que se escribe más rápido de lo que se piensa.