10/05/2018

Muramos todos para vivir en vida

Por Pedro Lechuga Mallo

Hay vivos que se comportan como muertos y muertos que parece que todavía están vivos. La vida y la muerte están separadas por un instante, una casualidad o el destino, nombre que dan algunos a aquello que supuestamente tiene que pasar, lo quiera o no el protagonista. Nuestra cultura, o al menos en la que muchos de los presentes nos hemos criado por estos lares, nos hace dar la espalda a la muerte para así no mirarla a los ojos, pero sin poder evitar que con el paso de los años vayamos girando poco a poco nuestro rostro hasta que sin darte cuenta, ya estás mirando de frente, o en el mejor caso de reojo, a las cuencas vacías del cráneo de la Muerte. Nuestra idiosincrasia, nuestros miedos, nuestras creencias religiosas, nuestras incertidumbres más íntimas… hacen que ante cualquier actividad relacionada con «el último suspiro» tengamos sentimientos encontrados de muy diversa índole.

Y cuando nos enfrentamos a vivos que se visten de muertos, ataviados con las mortajas que un día cubrirán sus cuerpos inertes y fríos, o estamos ante una película de Alex de la Iglesia o ante la Procesión de las Mortajas, que recorre cada 3 de mayo las calles de la localidad berciana de Quintana de Fuseros. Bien es cierto, y aunque a más de uno le gustaría que esta tradición fuera exclusiva del Reino de León, existen otros puntos de la geografía española en la que la vida y la muerte se entremezclan, como es el caso del municipio pontevedrés de Santa Marta de Ribarteme, donde los ofrecidos en vez de mortajas van en sus propios ataúdes.

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