16/11/2017

La República Monárquica Española

Por Pedro Lechuga Mallo

El caleidoscopio del tiempo tiene el poder de modificar la percepción que tenemos de una imagen, un símbolo, un sonido… e incluso me atrevería a decir, de la vida misma. Hasta hace siete años que de un balcón colgara una bandera de España se interpretaba por algunos como una actitud con aroma a facherío y alcanfor. Y si a algún atrevido le daba por mostrar a los viandantes una bandera republicana, muchos de estos pensaban que el inquilino de esa vivienda era un trasnochado y un soñador iluso.

Pero parte de todo esto cambió en 2010 gracias a un manchego y a un balón, que les dio por entenderse en el continente africano, donde la selección española ganó un Mundial al ritmo del ‘Waka Waka’ y también de las inolvidables vuvuzelas, una especie de trompetas desconocidas hasta ese momento para la mayoría de los mortales. El día en que «Iniesta de mi vida» marcó el gol a los naranjitos holandeses todos los prejuicios hacia la bandera española implosionaron, consiguiendo que el ideario colectivo dejara de vincular la bandera española con otros tiempos pasados.

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