26/03/2020

La procesión del Silencio

Por Pedro Lechuga Mallo

Quizás sea sensación mía, pero no es que se haya suspendido la Semana Santa, sino que se ha adelantado, y parece que ha llegado para quedarse algo de tiempo, al menos la procesión del Silencio. Los valientes, tanto los obligados como los voluntarios, que tenemos que procesionar desde nuestras casas al trabajo a primera hora de la mañana nos hemos mutado en papones y paponas, eso sí solitarios, y cuando nuestros caminos se cruzan con los del resto de hermanos y hermanas de la cofradía Covid-19 nos miramos desconfiados al tiempo que nos damos la mayor distancia de seguridad posible, e incluso alguno contiene la respiración, que toda precaución parece ser poca.

Gran culpa de que cada mañana se repita inexorablemente la procesión del Silencio es la desaparición de los niños, que otrora ponían la banda sonora mientras acudían acompañados de sus padres al colegio, y de los adolescentes que rezumaban testosterona y estrógeno a niveles industriales. Si a esto unimos la escasez de tráfico y la ausencia de adultos caminando en pareja mientras hablan del partido de fútbol del día anterior o de la última gala de Supervivientes, el resultado no puede ser otro que la ausencia de ruido, sinónimo del silencio.

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