31/12/2020

Campanadas a ritmo de réquiem

Por Pedro Lechuga Mallo

Hoy decimos adiós a un año que muchos quieren olvidar, pero que espero recordemos hasta el final de nuestros días. Hoy finaliza 2020, en el que el destino o la casualidad nos han recordado la debilidad de nuestra sociedad cuando pensábamos que éramos invencibles. Hoy al escuchar las doce campanadas, algunos se acordarán de los deseos de optimismo que compartieron hace 366 días y quizás prefieran en esta ocasión, morderse la lengua para evitar volver a equivocarse. Hoy la tradición nos obliga a reunirnos en torno a una mesa para celebrar el cambio de dígito en el calendario, pero en realidad muy poco hay que festejar.

Durante los últimos diez meses hemos sido protagonistas y víctimas de un vía crucis inesperado, pero no por ello inmerecido. Nos hemos rasgado las vestiduras cuando tirando de la hemeroteca, descubrimos que muchos científicos e investigadores advirtieron que esto podía pasar. Pero la soberbia, unida a la ignorancia de los que tienen que tomar las decisiones, nos hicieron pasar por alto dichas alertas. Es cierto que son muchos los posibles riesgos que existen a nuestro alrededor y que es imposible adelantarse a todos ellos, pero lo que sí es criticable son los errores que se han cometido cuando el problema era ya una realidad. Y me van a perdonar, pero el reconocer que uno ha hecho las cosas lo mejor que ha podido, sí es un ejemplo de honestidad, pero no de profesionalidad ni de eficacia. Se entiende que todos, cada uno desde su puesto y responsabilidad, intentamos tomar las decisiones que consideramos las mejores en cada momento, pero esto no garantiza que dichas medidas sean las adecuadas ni las acertadas. Esto es lo que precisamente diferencia a la gente voluntariosa de las personas brillantes. Y lo que está claro es que en situaciones como la provocada por la COVID-19 lo que necesitábamos a nivel local, autonómico, nacional, europeo y mundial era gente brillante.

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