22/04/2021

Big Data político

Por Pedro Lechuga Mallo

Desde hace ya algún tiempo el concepto Big Data ha ganado tal protagonismo que hoy en día son ‘rara avis’ los sectores en los que no se utilice para fines más o menos lícitos. Los datos siempre han sido importantes, pero los vertiginosos avances conseguidos en los procesos de consecución y procesamiento de estos han dado lugar a que estemos viviendo en la Era de los Datos. Eso sí, como ocurre con todas las innovaciones, éstas pueden utilizarse para el bien común o para todo lo contrario, emplearse para exprimirnos aún más en todos los sentidos a quienes, precisamente, generamos esos datos. Es paradójico pero nos hemos convertido en víctimas de nuestra propia información.

El último ejemplo significativo del empleo del Big Data nos lo ha regalado el fútbol. No me refiero al fuera de juego en el que varios clubes han querido dejar a la UEFA con la creación de una Superliga europea, sino a su utilización por parte de algunos jugadores a la hora de negociar unas renovaciones ventajosas para sus intereses. Esto pasa por contratar a una empresa especializada en la obtención y tratamiento de datos para que tras aplicar ciertos algoritmos extraiga unas estadísticas, que determinen la incidencia positiva de dicho jugador tanto en el terreno de juego como fuera de él con conceptos como ingresos indirectos, mejora de la imagen del club, etc. Los porcentajes y conclusiones obtenidas van mucho más allá de datos tan simplistas como el número de goles conseguidos, la cantidad de minutos jugados o los kilómetros recorridos durante una temporada. Eso sí, esta arma empleada por algunos jugadores también se les puede volver en contra cuando sean los clubes quienes utilicen el Big Data precisamente para ofrecer renovaciones a la baja. Huelga decir que lo importante cuando hablamos de Big Data es la calidad y veracidad de los datos empleados, por lo que el problema que nos podemos encontrar es toparnos con resultados muy dispares en el estudio de un mismo caso. Pero esta cuestión es merecedora de otra columna.

Lee aquí el artículo completo publicado en La Nueva Crónica.