Cinco, cuatro, tres, dos, uno… y el éxtasis lumínico hace que miles de personas griten de júbilo como si hubieran escapado de la oscuridad eterna. Esto es lo que se vivió este jueves en León y no, la cuenta atrás no era por la entrada a la cárcel de Ábalos y Koldo, sino por el acto de encendido de las luces navideñas. Y eso que casi coinciden en el tiempo. Las ‘parajodas’ que tiene la vida: pocos minutos después de que dicha pareja entrara en la prisión de Soto del Real, el alcalde de León —al que amenazaron e intimidaron en su día en una de sus visitas oficiales— pulsaba el botón para que la luz navideña iluminara la plaza de Santo Domingo. Destinos entrelazados, pero con finales muy diferentes. Oscuridad y luz, las dos caras de la política y de la Navidad.
Pero volvamos al orgasmo navideño provocado por la moda de los encendidos de las luces, porque lo que ha pasado en León ya ocurrió previamente y tendrá lugar en la mayoría de las ciudades españolas. Un número ingente de personas apelotonadas en las calles y plazas para ver cómo se iluminan miles de bombillas de diferentes colores. Evidentemente, a nivel estético, las luces que decoran durante la Navidad los pueblos y ciudades tienen su encanto en la mayoría de las ocasiones, pero hay algo todavía más obvio, esa iluminación va a estar ahí durante semanas. Vamos, que no es como estar esperando el paso de un cometa que solo se puede ver cada cien años o intentar ver estrellas fugaces. Una vez que el alcalde de turno dé al botón de encendido, cada noche esas luces van a poder verse. Así que, por favor, que alguien me explique lo que hay detrás de esos aquelarres que se montan en torno al encendido de las imitaciones baratas de la estrella de Belén.
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